No hay nada más nostálgico,
que juntarse con un cúmulo de futbolistas frustrados a ver un partido de futbol
de élite. El televisor nos acerca a lo que jamás pudimos ser. Los que alguna
vez soñamos con ser futbolistas profesionales, sólo nos queda jugar futbol los
domingos con los amigos mientras las lesiones lo permitan, y alimentar la
industria del futbol soccer mundial.
¿Qué putas nos puede
interesar un partido Madrid vs Barcelona, si ni españoles somos? Me contesta un
buen amigo: no te equivoques, los catalanes tampoco son españoles, Catalunya (así con ny en vez de ñ) no es
España. Hay miles de formas de ver el Madrid vs Barcelona: impulsados por la
maquinaria mercadológica, así como el próximo domingo muchos veremos el Super Bowl
sin ser fanáticos de la NFL; o quizá desde el morbo de la concepción política
que separa a españoles y catalanes, y que sólo encuentran jugando al futbol, la
forma de arreglar sus diferencias; o por la pasión que genera tomar partido en
la necesidad de pertenecer a algún antagónico. Esta última explicación, me
resulta lógica, en el mundo actual creo que muchas veces no buscamos
identificarnos con algo, sino más bien, buscamos pertenecer a algo que se
oponga drásticamente a otra cosa. Así me explicó mi amigo Víctor, el por qué
del derrumbamiento del Madrid de Mourinho: al momento que Guardiola dejó la
dirección técnica del Barcelona, Mourinho se quedó sin enemigo con quien
pelear, su antagónico salió de escena.
Hoy millones estaremos nuevamente
pegados al televisor para ver una edición más del Madrid vs Barcelona. El
partido de hoy toma protagonismo por encima de la catástrofe mundial. El
partido de hoy es la representación más clara de la disfuncionalidad del mundo.
El futbol es el deporte menos democrático del planeta. En la liga española se
juegan dos torneos, uno entre el catalanes y merengues, y otro entre el resto
de los equipos. Pongamos de ejemplo a la FIFA,
quien se comporta como empresa transnacional. No concibo cómo es posible
que el Super Bowl lo podamos ver por televisión abierta y muchos de los
partidos del mundial de futbol tengamos que pagar televisión satelital para
poderlos ver.
Ejemplificando la palabra
pasión, el futbol puede ser una de sus más claras expresiones. Pasión significa
padecer, sufrir. Por más tercermundista
que sea un partido de futbol (para ejemplo
Gallos de mi natal Querétaro) veremos a un cúmulo de hinchas sufriendo por lo
que inexplicablemente se le ha dado sentido. Así podemos explicar las peleas campales
en un terreno de juego; el futbol nos desborda la pasión, rebasa todo tipo de
razonamiento y deja de un lado la civilidad. El futbol es el ejemplo más claro
de una patología colectiva, que tiene necesidad de encontrar alivio a un mundo
que funciona al revés. El debate estéril
entre si es mejor Messi que Cristiano Ronaldo, ocupa las sobremesas familiares,
la charla con los amigos y nos hace olvidar que hay cosas millones de veces más
importantes que el debate que involucra a dos tipos que ganan sueldos
estratosféricos.
Ahí estaré otra vez más pegado al televisor
viendo uno de los eventos deportivos con mayor cobertura en el mundo. Buscando
alguna cantina que cuente con sky porque la industria lucra con nuestras
carencias emocionales. Ahí estaré pensando que el barcelonismo representa la
idea separatista hacia el estado español independientemente de la palomita de
nike en su playera. Ahí estaré alimentando la mitificación de Messi, esperando
el despertar final del crack que acabe con el eterno debate de si Maradona o
Pele es mejor. Ahí estaré apostando algún libro con mi amigo Víctor, para que
por lo menos la insensata pasión al futbol nos procure la lectura. Ahí estaré
desconociendo a Hugo Sánchez y reivindicando a Rafa Márquez. Ahí estaré en mi
lado más oscuro en la concepción del mundo, esperando que dentro de la crisis
mundial, donde España resalta con letras rojas, Barcelona le dé nuevamente,
cátedra al Madrid.